martes, 16 de julio de 2013

Marca España

Últimamente se habla mucho de La Marca España. La idea es que la imagen de España necesita ser mejorada, sobre todo en el extranjero. Proviene de la impresión que los extranjeros (o los del norte) están juzgando a los españoles de manera de negativa. La abreviación PIGS para los países en problemas económicas fortalecía esta impresión. Y, desde luego, la declaración de Merkel que los españoles deben la crisis a demasiado siesta no sentaba muy bien. Creo que la idea de no pertenecer a Europa ya viene de antes, de la época de Franco, seguramente, cuando España no participó en el desarrollo de la democracia, el bienestar y la sociedad civil moderna, aunque desde los años ochenta el país lo recuperó en un ritmo acelerado.

Dudo que la fama de España sea tan mala como muchos españoles piensan. En Holanda, en todo caso, nunca noté algo de sentimientos negativos sobre España. Al contrario. Existe la idea que los españoles en general son amables, espontáneos y abiertos. Cuando digo a mis estudiantes en Holanda que normalmente vivo en España veo que los ojos van a brillar. Desde luego: piensan en vacaciones, paella, vino, playas, discotecas, fiestas, que bailamos por la noche flamenco sobre la mesa y, sobre todo, que siempre brilla el sol. A veces tengo que hacer llamadas a instancias oficiales holandesas en las cuales debo explicar mi domicilio. A menuda la reacción es: ‘¡Qué suerte tiene usted! Aquí en Holanda hace tanto frío.’ Lo que no saben es que en El Bierzo el frío puede ser insoportable. La primavera pasada estaba tan terrible que, cuando al fin llegaron los primeros signos del verano, lo celebré ampliamente. El primer vencejo en el cielo recibió un aplauso desde nuestra pequeña terraza. Las primeras moscas que entraban por la ventana abierta convidé con la palabra ‘Bienvenida’ escrita en letras de miel sobre la mesa. Cuando en una noche de junio el primer mosquito hacía sonar su normalmente tan pesado sonido puse mi culo al aire gritando: ‘¡Tómalo, es tuyo!’ Sois también un pueblo bastante espontáneo,’ era la reacción asombrada de mi mujer. 
En breve, creo que las opiniones de los holandeses no serían tan positivas si hubieran tenido malas experiencias en España o con los  españoles.

La rara cosa es que justamente las personas que tanto hablan de la Marca España son las que hacen más daño a la fama de España. Los políticos corruptos que nunca dimiten, que nunca dicen: lo siento que había esta corrupción en mi partido y pido perdón al pueblo español. En la prensa internacional todavía no había tanto énfasis en la corrupción en España. En los periódicos holandeses leí más artículos sobre los caprichos de Berlusconi que sobre los casos Gürtel, de los ERE, o Noós. Esto debe ser porque Berlusconi con sus fiestas de Bunga Bunga genera artículos más sabrosos que el aburrido Rajoy que cada mes recibía (presuntamente) un sobre con unos billetes de 500 euros.

Aunque no creo que la fama de España sea tan mala, tengo un propósito para el nombramiento de ‘Mascarón de Proa de La Marca España’. Son dos personas: una mujer y un hombre, como debe ser. Hacen su trabajo sabiendo que no siempre es bien para la carrera actuar contra los intereses de los grandes partidos. El hombre es el juez Ruz, quien parece hacer lo que debe hacer en el caso Bárcenas. La heroína que propongo es la jueza Alaya, mi favorita de las noticias. Su maletín sobre ruedos debe aparecer en las pesadillas más pesadas de muchos socialistas andaluces con la conciencia sucia. Formarían una formidable estatua sobre las plazas mayores de España. Los dos capturados en el momento que andan a un palacio de justicia, él con su cartera debajo de su brazo, ella tirando de su maletita sobre ruedos, los dos con una peluca blanca de la caca de las ‘ratas voladoras’.

lunes, 8 de julio de 2013

Antigots

La semana pasada estuvimos en Menorca. Un pequeño paraíso. Allí la costa no está estropeada por el turismo masivo. Casi no se ve los grandes hoteles que determinan el panorama de tantas otras costas. Para llegar a las calas más bonitas se debe andar desde un aparcamiento por un paisaje silvestre hasta llegar al mar de color azul turquesa. Las ciudades y los pueblos tienen una mezcla agradable de mucho ambiente y mucha tranquilidad. No vimos mendigos, tiendas cerradas u otras señales de la crisis pendiente. Vale, encontramos un Compro Oro en el capital Maó, es verdad, pero este tenía que combinar este negocio con la compraventa de coches de segunda mano. Se vive bien en Menorca, está claro.

Los últimos días nos quedamos en una granja en el Parque Natural en el este de la isla. El granjero nos dio una llave para abrir la cadena que cerró una verja hacia unos caminos. Nos indicó dónde ir. ‘Hacia allí caminas al mar y a unas calas vírgenes,’ dijo, ‘en esa dirección está la albufera y detrás de la granja del vecino están los antigots (palabra basada en antic: antiguo).’ El día después nos dirigimos por la mañana antes de todo hacia los antigots. Ya habíamos visto algunos, estos restos de la cultura prerromana que dominaba Menorca hace unos 3000 años. Pero esta vez era más especial, quizás por la exclusividad de la visita, o por la suave luz de la mañana. No había nadie. Y probablemente todo el día no habría nadie. Con respeto contemplamos la taule, una enorme piedra erigida que sostiene otra piedra horizontal encima. Los habitantes de entonces utilizaban esta construcción para sostener un techo de una tumba o de un templo quizás. Nos impresionó la construcción sencilla, que nos llenaba de sentimientos espirituales, casi religiosos. Susurrábamos unos comentarios de admiración. ‘Pero se llaman antigots’, dije estropeando el ambiente espiritual, ‘lo que en holandés o inglés parece a la palabra anti-dioses.’ Lentamente llegamos a la conclusión que, aunque fuera la intención de honrar a los dioses, muchos edificios religiosos muestran lo contrario: el poder de los humanos. Lo que nos impresiona de las pirámides, las catedrales medievales y los antigots es que la gente ya entonces era capaz de construirlos con las técnicas tan primitivas. Eran trabajos de muchos años, mucho esfuerzo, mucha dureza. Y esto para obras sin utilidad directa para la vida cotidiana. ¿Qué pensarán las generaciones futuras de las construcciones de hoy día? ¿Qué pensarían, por ejemplo, de la Torre de la Rosaleda en Ponferrada en el caso improbable que el edificio sobreviviera tantos años?

Nuestros comentarios habían llevado nuestros pensamientos de vuelta hacia el Bierzo prematuramente, tres días antes de terminar estas vacaciones demasiado cortas. Efectivamente, la Torre de la Rosaleda tiene algo en común con la taule que estuvimos contemplando. Erguido, apuntando al cielo. Además, justamente como en el caso de las taules, El Torre de la Rosaleda no parece tener ninguna utilidad directa. La tasa de crecimiento de la población no indica ninguna necesidad de tantos metros cuadrados de apartamentos. Los visitantes futuros de la ruina pensarán que debía haber algún motivo religioso. Quizás habrá una pareja que, después de la contemplación inicial llena de sentimientos espirituales, casi religiosos, llega a la conclusión que el edificio es sobre todo una muestra del poder humano en vez de los poderes divinos. Y la pareja futura tendrá razón. El Torre de la Rosaleda quizás tiene este mensaje. Muy impresionantes estos montes, estos ríos, el sol, el mar, que son las obras de la naturaleza, de la casualidad, del dios, los dioses o las diosas  ¡Pero mira lo que podemos hacer nosotros! ¡Mira qué edificio sin ninguna razón hemos construido, solamente por el dinero. Es el símbolo profano por excelencia. Un dedo erguido hacia el cielo.


 La Taule cerca de Sa Torre Blanca en Menorca

La torre de la Rosaleda en Ponferrada