sábado, 4 de julio de 2015

Emigración

Hace seis años, cuando celebré en Ámsterdam con el equipo de fútbol mi cena de despedida, mi amigo Richard me hablaba de manera paternal: ‘Vas a ver cómo este paso enriquecerá tu vida, como me pasó a mí cuando emigré a Holanda.’ Rezongué un poco: ‘Pero Richard, tu tenías entonces unos veinte años; ya tengo cincuenta, ¿sabes?’ Pero ahora sé que Richard tenía razón. Moverme al Bierzo de veras amplió mi horizonte. A veces puede ser beneficioso cambiar los hábitos, despedirse de gran parte de las posesiones materiales y adaptarse a circunstancias nuevas. Aunque tampoco tenemos que exagerar el impacto: emigrar se ha puesto hoy día más fácil; se puede mantener el contacto con la familia y amigos por internet y gracias a los low cost compañías aéreas es pagable volver de vez en cuando a la patria.

Noto que en España se habla de manera negativa sobre la emigración. Desde luego hace mucha diferencia si se debe emigrar por motivos económicos o si lo haces por amor, como fue en mi caso. Pero también parece que el vínculo con la tierra maternal es aquí más fuerte que en Holanda (aunque la locura naranja holandesa en eventos de deporte hace pensar diferente). Un hijo de emigrantes españoles a Canadá me dijo una vez: ‘En Canadá tenemos inmigrantes del todo el mundo y casi todos vienen a quedarse con una sola excepción: los españoles: nosotros siempre volvemos a la tierra natal.’ Aquí en El Bierzo viven muchos ex emigrantes que después de su jubilación volvieron cuanto antes a su tierra, a pesar de las quejas de los hijos. Desde luego, la pensión en florines holandeses, marcos alemanes o francos suizos valía entonces mucho en España, dónde la peseta siempre estaba en un proceso de devaluación, pero en muchos casos era la nostalgia que provocó la decisión de volver. Tampoco todos los emigrantes españoles de la actual generación parecen ser muy felices en su nuevo país, así leo en los blogs de Españoles en Holanda (el público principal de los blogueros son otros blogueros). Los modales distintos, la comida holandesa, la lengua imposible y el clima húmedo provocan nostalgia y malestar.

Hace unas semanas vi en el programa televisivo El Intermedio un reportaje que, creo yo, es ilustrativo de la aversión a la emigración. Entrevistaron a un joven español, unos 25 años, que vivía en una ciudad inglesa, creo que Manchester. Contó que no era muy feliz allí, porque todo era muy diferente: la comida, la manera de salir, la gente. La única cosa que le gustó era tener trabajo. ‘¿Y qué echas lo más de menos?’ preguntaron. ‘Las croquetas de mi madre,’ dijo, y en este momento, ¡sorpresa!, entró la madre con un plato de croquetas. No estamos exactamente hablando de un programa que defiende los valores católicas de la familia; el Intermedio es un programa más bien de izquierda, siempre muy crítica con el gobierno y la corrupción del PP. Creo que algún ministro de Rajoy había ventilado comentarios relativizando los problemas de los emigrantes y El Intermedio quería mostrar lo duro que emigrar puede ser. No hay duda de eso: tener que buscar la vida en otro país por necesidad puede ser durísimo, pero este reportaje me daba la impresión que distanciarse de las croquetas de su madre era exactamente lo que este chico necesitaba.

Tan duro como emigrar puede ser cuando tienes pareja, hijos o padres mayores, tan beneficioso puede ser cuando todavía eres joven, o igual no tan joven pero sin lazos que te impiden disfrutar de un cambio refrescante. Igual migración es la única manera para salvar la Unión Europea. Si más jóvenes vivieran al menos un rato en otros países europeos para conocer y apreciar las costumbres diferentes se crearía una identidad europea o en todo caso se desminuiría el nacionalismo destructivo que parece reinar en este momento.

Desde luego tengo a veces nostalgia, por ejemplo hacia los guisotes holandeses con patatas y chucrut machacadas y salchicha ahumada, cuyos ingredientes no se pueden obtener en El Bierzo. Entonces, compro en el mercado las verduras de aquí, acelgas o berzas, y un chorizo ahumado, para preparar un guisote hispanoholandés, que muestra que una combinación de dos culturas puede resultar en algo superior.



un guisote multicultural